29 de septiembre de 2012

Epígrafe a las Jornadas docentes de narración e ilustración.

"Cuando le contamos un cuento a un chico estamos dejando inauguradas algunas cosas. Por un lado le garantizamos que existen discursos imaginarios deliberados, construcciones hechas palabras y "gratuitas" (o por las que, al menos, no hay que pagar el precio de la referencia). Otros mundos -redondos, encerrados en sí, independientes por tener sus propias reglas internas, aunque, por supuesto , vinculados de muchos y muy complejos modos al mundo real-, mundos imaginarios a los que se puede ir de visita.
Pero no sólo inauguramos eso. También, y por el solo hecho de estar contando, inauguramos el contar como la llave para ir de visita a esos mundos. Así, contando- decimos al contar-, se entra en el cuento. El acto de contar enseña a entrar y salir de la ficción. Ambos -el cuento y el contar- son solidarios, se necesitan. Por un lado está el cuento - supongamos que un cuento de autor, el mundo imaginario que construyó, palabra a palabra, cierta persona en un cierto día-, y por otro está el contar , el pasaje de ida y vuelta a ese mundo que otra persona , en otro cierto día, construye con dos ingredientes fundamentales: su tiempo y su voz. Y esto es básicamente así siempre, aun cuando se haya pasado de la audición de cuentos a la lectura: el lector le sigue prestando su tiempo y su voz interior al cuento, y sólo en ese tiempo el cuento vive.
Silencio, está por comenzar  la ceremonia. Pendemos de la voz o de la letra. "Había una vez...", y se abre la casa imaginaria, nos deja que la habitemos. Al principio es extraña y tal vez nos sorprenda que haya cosas que nos recuerden tanto el mundo, aunque todo el ritual -la voz, la modulación de esa voz, el libro- nos señale constantemente que lo que ahí sucede "es" y "no es" al mismo tiempo. Poco a poco nos vamos familiarizando. Le descubrimos los trucos a la casa imaginaria, notamos que suelen estar dispuestas de cierta manera las habitaciones. A esa palabra que viene ahí ya la estábamos esperando, y a esa repetición también. Nos gustan anticiparnos y corearla con el que cuenta el cuento.
El cuento sigue, es un hilo que no se corta. De pronto, al doblar el recodo, nos acompaña hasta la puerta. Colorín colorado: por aquí se sale; este cuento se ha acabado: ya estamos afuera. Otra vez en el mundo. Exiliados, hasta la próxima ilusión, de ese sitio donde las nueces eran y no eran al mismo tiempo".
                           
Graciela Montes, del ensayo 
"Una nuez que es y no es" 
           
La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. 
Fondo de Cultura Económico

Ilustración de Julia Díaz.

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